miércoles, 6 de septiembre de 2017

Taller de escritura creativa. Diario de un profesor novato [2]

Dos

Hoy he acompañado a Fenj al aeropuerto. Es triste reconocerlo: siento alivio. Los meses sin él en casa se presentan como vacaciones en el campo. Pienso en un campo en primavera. El trigo crecido, a la altura de los hombros. Un camino de tierra que se bifurca. Un muro de piedra medio derruido. El zumbido de los insectos, el gorjeo de los pájaros. Saborear un té sentado en el porche. Observar como la luz va menguando gradualmente más allá de las montañas. Su contorno grisáceo, su interior renegrido. Un libro en el regazo, por ejemplo, éste que ahora mismo descansa junto al teclado, La comemadre, del argentino Roque Larraquy. Por lo demás, sigo preparando las clases. El curso empieza en octubre. Un mes. Tantas horas por rellenar. Sigo dándole vueltas. Anoche escuché dos cuentos de Chéjov. Los cuentos escuchados (no leídos) adelgazan. Se le sustrae al cuento los límites del párrafo y de algún modo se diluye. Imagino palabras sobrevolando mi cama, disolviéndose en el aire de la habitación. Así me duermo. Por la mañana, paso a por Fenj y me dirijo al aeropuerto. Atasco. Un accidente. Poca cosa. Por suerte, no pierde el vuelo. 

La perfección formal es cosa de artesanos; el auténtico artista busca algo más. No es que no se conforme, es que se la suda. Ese algo más está reñido con la perfección formal (sutil o frontalmente). Trata de explicar esto, profesor.