Seis
Volvió
a la carga. Recibí su mensaje a la una y cuarto de la madruga. Tenía el móvil
en silencio, así que no lo he visto hasta esta mañana. Me desconcierta su modo
de proceder. Me vuelve a preguntar si me creo Dios. Dos frases idénticas
flotando en la burbuja del Messeger que nos une. «¿Te crees Dios?». ¿Espera que
le responda? ¿Y qué puede responderse a una pregunta así? Lo mejor es olvidarse
del asunto. Ya se cansará.
Todo
profesor de escritura creativa debe en algún momento, indefectiblemente, hablar
de Hemingway y su iceberg. Esto dará pie al “muestra, no cuentes”, al estilo
natural, a la inmersión ficcional y demás templos más o menos sagrados. Dejar
para el final lo que opina Eloy Tizón de tales templos dará al profesor de
escritura creativa el aura revolucionaria que precisa para ganarse a las
facciones más contestatarias de la clase.
Me pongo a hacer listas (ese vicio), pero vuelve
a mí, una y otra vez, la imagen del poeta a la una de la madrugada, solo, en una habitación
únicamente iluminada por la luz procedente de la pantalla de su ordenador,
buscando entre sus contactos cibernéticos alguien a quien enviar sus poemas.
Debo borrar esta imagen de mi cabeza. Me turba. No deja que me concentre.