Amoldas tu discurso de escritor a lo que
las circunstancias (tu carácter, tus limitaciones, las decisiones que tomaste,
las inercias del día a día, los compromisos, etc.) imponen. Con esto quiero
decir que tu discurso nace de lo que conseguiste, o sea, que se amoldó a tu
biografía. No lo construiste previamente, no se trata de un constructo
abstracto, situado en el inicio o en una especie de horizonte ideal. De ser
otras las circunstancias, tu discurso sería otro. Esto, siendo una
perogrullada, viene bien recordarlo. Nos indica que nuestras convicciones (o
metas, o posicionamientos, etc.) en este terreno son lábiles y responden,
muchas veces, a una necesidad de supervivencia, de autojustificación. ¿En qué se
traduce esto? En algo así: me interesa la opinión de los lectores, no la de los
críticos (el que vende mucho pero recibe malas críticas), jamás pienso en los
lectores porque entiendo la escritura como una guerra conmigo mismo (el que apenas
vende pero tiene buena prensa), sólo busco poder sacar mis novelitas sin apuros
de plazo, con total libertad, para ese público ideal al que aspiro (el que lo
intentó pero no pudo), etc.